Sábado 20 de octubre. Nueve de la noche. El único vestigio de fiesta emana de las puertas de los locales de la avenida Bolivia, cerca del Cruce a Villa Adela. Algunos grupos de jóvenes y adolescentes se reúnen en las esquinas del Cruce. Ellos conversan, ríen y lanzan eventuales miradas a las «discos apedreadas».
Al parecer, no hay vestigios de que atiendan. El jueves 18, una turba de vecinos inflamó los enseres de El Dragón de Oro, Candilejas, Waikys y otros locales de expendio en esa zona.
«Hemos quemado lo que hemos encontrado, pero algunos bares ya se han ido porque sabían que ibamos a ir», cuenta un vecino que participó en esa proeza, cuyo inició se vio el lunes 15, cuando decenas de vecinos apedrearon cuatro locales de consumo de alcohol en la Ex Tranca de Río Seco.
La noche avanza. Los grupos de jóvenes se dispersan. Algunos recorren la avenida Bolivia y se pierden en la lejanía, otros toman minibuses en dirección a La Ceja, donde el martes 16 se vivió la más dura manifestación en contra de los bares y lenocinios clandestinos.
A la mañana siguiente, centenares de estudiantes quemaban enseres de discotecas de la avenida Tiwanaku, mientras el alcalde Fanor Nava, en una conferencia de prensa, aseguraba que todos los locales clandestinos serían cerrados de manera definitiva; y sus muebles, decomisados.
De hecho, la ordenanza municipal 132/2007 del Gobierno Municipal de El Alto (GMEA), emitida como consecuencia de estos sucesos, les otorgó a los dueños de locales de expendio de alcohol un plazo de 90 días para que sus recintos sean reubicados.
Secuelas de la quema
Once de la noche, el minibús que transporta a algunos jóvenes desde el Cruce para en la Calle 2, que colinda con las avenidas Jorge Carrasco y Franco Valle, donde se asientan los bares más concurridos de La Ceja.
El panorama para los «sedientos del licor» es desalentador. Ni una sola peña, bar, ni discoteca yace abierta. Sus ventanas sólo muestran las cicatrices de las jornadas precedentes.
La única ráfaga de música sale de una pensión de la Franco Valle que está a punto de cerrar. La Ceja luce pacífica, sólo algunos jóvenes, que se recogen de una fiesta beben coctel de frutas. Los demás caminan toman minibuses en dirección a la hoyada o vuelven al regazo de sus casas.
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