¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Quevedo
Recuerdas, Omar, la noche aquella de nuestro aniversario de bodas. Yo te esperaba ansiosa para ir a celebrar. Me puse las ligas con aquellas medias negras que tanto de gustaban, el vestido rojo pegado al cuerpo, los tacones altos, el maquillaje antiguo, eran las 12:00 y aún no llegabas.
Casi al alba, me quité el vestido, desabotoné el sostén apretado y al incorporarme para quitarme las medias sentí tus labios recorriendo mi espalda con furia loca, como antes, como entonces, y me dejé llevar por ese placer que llenaba todo mi espacio. Los cuerpos rodaron hilvanando en la mente la más grande de las sensaciones.
Tú lamías, gemías, respirabas como un potro en celo y murmurabas.
-Me gustas todita, toda entera tú. Me quedaría por siempre dentro tuyo.
Luego nos volteamos, tú sabes, basas, me muerdes, te escurres hacia abajo y besas hasta hacerme perder los estribos. Tu boca es un huracán, tu lengua explora en aquella selva negra, mi cuerpo es monte abierto, tus manos son garras que se aferran a mis nalgas y penetras, penetras…
-¡Ay!, cómo me gusta lo que tu cuerpo destila -dijiste.
-Destila la miel que tu cercanía produce -balbuceé, ya en el límite. Te incorporaste hasta mi boca introduciéndolo todo y bebí aquella leche de la vida.
Había pasado sólo unos minutos… las medias resbalaron, mi deseo era explotado por la memoria. Mi mano en el vértice simulaba tu lengua… mientras yo alcanzaba el cielo, tú con tu puta soñabas en que ella, como Magdala, podría algún día ser redimida.
Me incorporé sin prisa, limpié el rimel de mis ojos, despinté el carmín de mis labios. ¡Mi intimidad sin ti son sábanas sin arrugas!
SELÚM YABETA, Roxana. Mi intimidad sin ti. Antología del cuento erótico boliviano. Alfaguara: La Paz. 2001